‘La sonrisa etrusca’, de José Luis Sampedro

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La sonrisa dulce, tierna, algo burlona y enormemente placentera que cierra significativamente el ciclo vital de un ser que fue violento, justo e inflexible en sus convicciones, endurecido por la guerra y por la lucha diaria contra una agreste naturaleza indomable, el ciclo vital de un hombre seco, profundo, radicalmente honesto consigo mismo pero incapaz de comprender las debilidades del otro, los matices de la existencia cotidiana o las diferentes maneras de pensar y de existir. El camino hacia la ternura, ese sería otro buen título de esa historia que José Luis Sanpedro nos ofreció hace ya más de veinte años. El carácter de Salvatore, alias Bruno, siempre nos deleita, puede asustarnos un poco, eso sí, quizás porque nos reconozcamos en muchos de sus comportamientos por muy primarios que a primera vista parezcan. Por ejemplo: su rencor infinito a sus enemigos, su fundamentalismo en lo que debe ser, su orgullo indomable, pero hay algo que nos hace admirarle y quererle: su profundísima humanidad. El calor de su pasión nos lo hace cercano aunque  lo sintamos equívoco; la ingenuidad de sus planteamientos, su pudor excesivo, su candidez lo vuelve entrañable y sobre todo su enorme capacidad de amar. Y, sorprendentemente, la vida le ofrece, en este su final, la posibilidad, la grandiosa posibilidad de poder volcar ese potencial, de derramar, de desbordar su amor hacia un ser indefenso que empieza a vivir. ¿Qué más puede pedir Salvatore – Bruno- que tener a su lado un ser indefenso? Allí está él, ocupando espacios que quizás no le corresponden pero luchando a brazo partido por defender lo que ama. ¿No lo hizo contra los nazis? Pues, ¡¿cómo no lo va a hacer por su nieto?!. José Carlos Plaza

Imágenes

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Diseño gráfico: David Sueiro  |  Desarrollo: Axel Kacelnik