Y entonces llega Montse Amenós, nuestra escenógrafa, y nos habla de sillas. Sí, sí, de sillas. Sillas que hacen referencia a la vida del personaje. Una silla de barbero, un sillón de ejecutivo, unos asientos de un cine, una mecedora y cosas así, objetos referenciales de la vida del protagonista. Y yo asumo la idea porque pienso que las sillas se humanizarán en cuanto el actor las mire y las toque. Y tendrán sentido en la historia. Y además Eloy Arenas no se encontrará solo.
De pronto, una idea me asalta. La música no debe estar grabada, debe ser un violín tocado por una misteriosa mujer en un rincón del escenario. Y este personaje femenino no será solo un acompañamiento musical, ha de ser algo más complejo y misterioso. Debe ser una mujer enigmática que va entrando sutilmente en la vida del protagonista, dirigiéndolo hasta su destino final. Cumplida su misión, desaparecerá.
Y estos dos elementos sencillos y fundamentales, las sillas y la mujer violinista, iluminados y poetizados por la mágica luz de Miguel Ángel Camacho, conformarán el espacio escénico. Y Eloy Arenas no estará solo.
Antonio Mercero
Imágenes
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