Los que durante tanto tiempo han marginado a otros son ahora marginados por un nuevo orden social, que ellos viven con la angustia de los viejos dinosaurios, sin posibilidades de adaptación al medio, y condenados, por tanto, a desaparecer.
Relacionan su fracaso personal con el fracaso histórico de las ideas mesiánicas y totalitarias, únicas que darían razón de ser al hombre portador de valores eternos que se inventaron.
Sobra, y lo saben. Y los que fueron verdugos tanto tiempo se resisten al papel de víctimas. Son protagonistas, por tanto, del conflicto constante que las fuerzas en pugna del progreso y el retorno originan en su camino. Por eso merecen vivir su peripecia escénica.
Esos defensores de ideologías totalitarias nos parecen hoy ya algo lejano y sin sentido, aunque han llenado de sufrimiento y tristeza la mayor parte de este siglo que acaba y aún andan escondidos en los pliegues de nuestro presente.
Alonso de Santos
Caín, Abel y Mari
Hoy se levanta el telón sobre un viejo desván de la memoria española.
Tres son los personajes que lo habitan: un hombre de la "etapa anterior", su hermano músico y entre los dos la sombra cálida de una mujer.
Fuera están los demás, los otros, la sociedad, la historia...
En cada espectáculo que dirijo trato de contestar algunas preguntas que yo mismo me formulo y cuyas respuestas han conseguido, alguna vez, dar sentido y coherencia a mi trabajo.
Éstas podrían ser algunas de las preguntas hoy: ¿es posible para los hombres que nacimos durante la guerra civil o en la inmediata y larga posguerra mostrar con objetividad personajes o situaciones que llenaron de sufrimiento y absurdo la vida de nuestro país?; ¿y por qué la objetividad? ¿Dónde colocar entonces el saludable rencor que asalta la memoria?...
A éstas y otras preguntas desearía que el espectáculo diese alguna respuesta.
Pero al fin y al cabo estamos haciendo una obra de teatro y los espectadores, como siempre, van a tener la última palabra.
Seguramente no se debe pedir más.
Gerardo Malla
Imágenes
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